Introducción al caos

by - domingo, febrero 21, 2016

Creo, antes si quiera de empezar a escribir, que esta publicación se va a convertir en una especie de declaración de intenciones a mí misma.



Como todo -o casi todo- en esta vida, las personas evolucionamos, aprendemos, o, simplemente, el tiempo nos obliga a crecer. En los últimos meses -al escribir esto me siento como una viejecita de 90- he cambiado. Sigo siendo la misma Claudia de siempre pero algo distinta. Sinceramente, me siento distinta. Entre otras cosas, algunos de mis gustos, intereses o aficiones se han transformado. Esto no quiere decir que los antiguos hayan desaparecido, sino que se han desarrollado hasta encajar un poco mejor en mis esquinas y engranajes (aunque no creáis que la cosa se queda ahí, porque es complicado que mis mecanismos se acoplen del todo).

Seguramente os estaréis preguntando qué hago escribiendo esto, o, mejor dicho, qué hago AHORA escribiendo esto AQUÍ, después de tantos meses de olvido. Si os soy sincera, soy una moñas -aunque casi siempre vaya de dura- y, en estos ocho meses, para ser exactos, de vez en cuando volvía a clickar para cotillearme a mí misma, leer mi pasado y ver como esa Claudia de 15 años que decidió abrir sin consultar a nadie una página en internet iba creciendo haciendo algo que le gustaba y que, al parecer, a alguien más le gustaba también. Ese diario 2.0 que Claudia -ya cumplidos los 20- dejó de escribir hace precisamente ocho meses. Hasta que un día -hoy para ser exactos- la masoca que llevo dentro ha dicho que eso no había acabado. Aunque, a decir verdad, nunca he sentido que había dejado nada. Llegó un punto en el que no me sentía identificada con lo que hacía y llevaba demasiado de lo que podía encima, y las obligaciones no me gustan, nunca lo hicieron. Les cojo manía y eso es exactamente lo último que quiero. A veces hay que soltar el vaso.

No hago esto por nadie, sino por mí misma, porque no sabéis el subidón que da el ver y leer a tu yo del pasado. Porque solo tú misma sabes cómo estabas por dentro el día que escribiste esas cuatro líneas cutres o ese texto de veinte párrafos. Y nada reconforta más que saber de primera mano que superaste aquel día de mierda (aunque aquella tarde escribieses las palabras más motivadoras) o el por qué recuerdas ese viaje de una manera especial y que nadie más que tú misma lo sepa. La magia de las palabras.

Supongo que nos gusta ser conscientes del cambio, de nuestro particular cambio. Repasar tus logros motiva (y si no, haced la prueba y escribir un diario. Apuntad y tachad cosas en una agenda. Es adictivo).

No quiero ser blogger, ni ninguna otra etiqueta. Quiero ser Claudia. Y escribir acerca del último libro que acabo de devorar y me ha hecho saber apreciar la rutina, la última peli que vi aquel día y que, desde aquel día, hace que llore con la mayoría de películas, la lista de reproducción que siempre me pongo cuando estoy de bajón y me hace sentir la pera de Alpera, las calas donde el agua está más azul y que nadie conoce o la pastelería que nos provoca -a mi barriguita y a mí- una hiperglucemia con solo oler los dulces desde su puerta, para, dentro de un año, volver a leerlo y revivir lo que me hizo sentir por fuera y por dentro. Cada detalle, cada momento, cada persona.

Quiero escribir como y cuando me apetezca, aunque no me vaya a leer nadie, y volver a ponerme roja (especialidad de la casa) cuando alguien me dice que lo ha hecho. Soy una afortunada que decidió abrirse hace nada más y nada menos que 6 años otro diario, uno público, gracias al cual ha hecho cosas guays y conocido a gente genial, y no quiero que eso pare, al menos por ahora.

Porque así es Claudia.

Y qué queréis que os diga

aunque sea más de verano

echaba de menos el invierno

y a esta parte de mí misma

Nos leemos pronto (no sabéis las ganas que tenía de volver a teclear esto).


LOV


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